Hay ventanas preciosas,
con visillos
o con cortinas echadas
en un pasillo,
otras cerradas a cal y canto,
otras, incluso,
tapiadas con ladrillos
desnudos
cuando sus cuatro paredes
quedaron abandonadas,
hace tiempo,
en la gran casa,
en aquel vetusto pueblo
de la lontananza
-no se sabe las causas-.
Hay ventanas entreabiertas
al alba,
otras, con los vanos casi abiertos
por el ocaso;
unas de par en par al amanecer,
otras, sólo con un filito
cuando anochece;
unas con jardineras pletóricas
o con barrotes dorados,
o hechas de pura madera
completamente a mano.
Hay ventanas pequeñas,
otras más grandes;
las hay perfectamente construídas
o irregulares
o melladas por el paso del tiempo
por algunos lugares,
también las hay con claros cristales
y con bellas vidrieras...
y, por supuesto,
hay ventanas abiertas.
Hay ventanas abiertas.