Si estuvieras aquí,
con tu cuerpo,
me gustaría me enseñaras
a pintar el cielo
sin tener que decir ni una palabra
ni un quejío ni un lamento;
me gustaría me enseñaras
a coger la paleta con las manos,
a aceptar mi casa,
a mezclar bien los colores,
a hacerlo más humano,
sin nada de rabia ni daño,
sin abusos, vejaciones,
dolor o llanto.
Si estuvieras aquí
me gustaría me enseñaras
a respirar a pleno pulmón
en la ventana,
a silbar contenta cada mañana
sin saltarme ni una nota
completando cada escala.
A hacer de mi obra
algo sumamente bueno y feliz,
no un eterno drama
y a ser generosa sin fin,
por fin libre de magias.
Limpiaríamos después,
juntos, los pinceles
con productos que no contaminen
ni a la tierra, ni al agua ni al aire,
para que no se estropeen.
Y celebraríamos un festín cuando anochece
dando infinitas gracias
por todo lo bueno
que nos une y nos sostiene.
(Para él, de su hija).