Caminaba descalza sobre la arena.
Era un día como podía serlo otro cualquiera.
La brisa acariciaba su cara morena
y a cada paso que daba enterraba sus penas.
Caminaba despacio frente a las olas.
Cuidaba no pisar conchas ni caracolas.
Posando sus piececitos tiernos sobre las rocas
se aproximaba más al mar para contarle sus derrotas.
Caminaba sin prisa en aquel momento.
Sentía todo el amor de los elementos.
El algodón de su traje se amoldaba a su cuerpo
y su color blanco jugaba con las nubes, las olas
el viento y...
sus pensamientos,
bridados,
con algo de esfuerzo,
en noches plateadas y días en silencio.
Caminaba descalza por aquella playa.
El tiempo era bueno, el sol la bañaba.
Respiraba en silencio el aire puro en la brisa
y junto a ella, miles de ángeles de la guarda
le brindaban compaña y dulces caricias.
Caminaba serena reponiendo fuerzas.
Dejando su aura limpiar por la marea.
Se llenaba de vida; quería estar contenta,
mientras los minutos pasaban,
la alegría penetraba en ella.
Caminaba y rezaba sobre la arena.
Su paso era oración. Su quedo cantar excelencia.
Las olas limpiaban sus huellas
mientras caminaba descalza entre el cielo y la tierra
dando gracias eternas por lo que queda.