En el cristal de una mirada enamorada,
en el azul tirando a blanco
de la más bella gota de agua,
en el espejo más diáfano
en la paz de la alborada,
en el cantar de los sauces
cuando no lloran sobre las aulagas;
en la luna de la media noche,
en el pulular de alas doradas,
en la más alta cumbre
de la más nevada montaña,
en el recién nacido arcoiris
tras la tormenta vaga
y en el olor que desprende
la hierba recién mojada;
en el caminar inquieto
del guepardo tras su caza,
en las tardes estiradas
del estudiante en la ventana,
en los perritos que sestean
en las calles de un pueblo olvidado,
en las telarañas que cuelgan
de algún rincón
desde hace
no limpiado
en las vigas viejas
de una vieja casa de campo;
en los lirios de los valles,
en los caminos inexplorados,
en las mariposas aleteantes
y en la estrella que en mí vive
y reluce constante,
incandescente, imparable,
infinita,
con mi silencio y mi pluma,
capitana de mi nave
surcando los mares
en mi alma, grande.