A veces se nos quedan las palabras
en los vaivenes del destino,
en esos compases de espera,
con bemoles sostenidos,
con fraguas que se hacen arena
para calentar nuestro corazoncito.
A veces las palabras vuelan
sobre el viento de los sentidos,
sin hacer apenas escalas,
ni escalas ni artificios,
dibujando de nuevo la senda
que deja paso a lo bueno,
sano y bendito.
A veces las palabras se callan,
no necesariamente para hacer caso omiso,
sino por una necesidad intrínseca
de liberarse de lo mezquino,
de lo bajo, de lo mediocre,
superando así los más ínfimos instintos.
A veces las palabras juegan,
crecen y decrecen,
saliendo de su limbo,
decretando en oro violeta
el mejor de los caminos;
insuflando de ligereza a esta poeta
que quiere vivir en Paz
en el Reino de los vivos.
Y a veces las palabras se esconden
para buscar en las oquedades del Alma.
Son palabras sabias a veces,
y otras algo traviesas
o sólo juguetonas, más siempre claras.
Pintan de mar los corales
y de verde la Esperanza que,
al encontrarlas, en mi renace
y me sana.
A veces las palabras son Vida
porque nunca pueden ser muerte,
ni miedo, ni odio, ni locura,
ya que el arquitecto que las diseña
impide que se tergiverse su hermosura.
A veces fueron mancilladas pero...
a partir de hoy, más nunca.
Anna.
5.8.20
En el "Día de la Virgen Blanca", patrona de Álava, donde aprendí a hacer también del Silencio, mi barca -porque no sólo de pan vive la mujer, sino también de silencios y palabras-.