El día después.

         En un tiempo en el que la música no estaba olvidada, sobrevino el fin del mundo y sólo quedaron abiertos balcones y ventanas. En los patios de los colegios no se oían ni a las musarañas, tan sólo el rumor de los necios, voces de supuestos gobiernos de deshonras profanas. Las guitarras esperaban pacientemente en los rincones. Y en algunas horas del día podías, quizá, volver a sentirte mujer o ser hombre.

        En ese tiempo las esperas crecieron en los hospitales, mientras el mundo se partía en sus dos polaridades. Unos, blanco. Otros, negro. Al son de los ineficaces. Pero... 

hubimos personas que no nos dejamos llevar por esos discursos falaces y rompimos aún más los moldes, cercenamos más las supuestas libertades. Nos llenamos de paz y cuerdo raciocinio a la sombra de la luz de nuestros hogares. Y conjuramos a la Madre Vida para que todo mal para siempre acabe.

          Y el Cielo observó los rezos y las caídas de los pedestales.  

          Y la Madre Naturaleza se llenó de flores, limpiando sus aguas, su vida, su aire. 

       Cogí mi pluma dormida y escribí sin cansancio versos libres veraces, algunas palabras románticas, otras tristes y otras también más mordaces. Algunas se quedaron en el tintero para no degollarme, que no es cuestión de matar a la que de verdad crea lo opuesto a los juegos del hambre.

Miraba con alma pa´dentro, pa´ver el error que subyace y conseguir corregirlo antes...

                             de que todo acabe, que todo cambie, que todo ¡por fin! sane. 

        

          Para eso soy humana y maestra, maestra del Cantar de los Cantares. 

     Oficio de juglar que resuelve dudas y deshace pesares. Noble estirpe que me alimenta y alienta en mis oquedades. En un tiempo, en un tiempo en el que la música nunca cesó de animar y animarme. 

       Ojalá que pasados los años, al volver a leer este texto no llore, al menos no de pena amarga, ni en domingos por la noches. Ojalá lluevan te quieros sinceros y florezcan los perdones. Ojalá crezcan buenos amigos en mis jardines del norte. Y pueda, gracias al sur en el que existo, inclinarme ante las demás direcciones y brindar, sin nada de alcohol que me nuble, por ser la mujer que soy, hija de mi madre. En la Tierra prometida viviré ya que no es tarde, aunque pudiera parecerlo. Lo que sí es hora es de ser responsables. 

      Mis guitarras me miran desnudas y me llaman con sus acordes, para que no pene más y recupere la alegría que en mi misma se esconde, para no ser cercenada nunca más por el abuso de los hombres, que ni hombres debieran llamarse pues ser humano es algo muy noble. Las estrellas me acompañan y la luna, que ahora es decreciente hasta nueva orden. Guardo fuerzas y me abrazo en soledad en el silencio de la noche. 

       Podría decirte "mañana te veo" pero... te fuiste. El día después quizá vuelvas, en un sueño nuevo que a los dos -ni a uno más ni a otro menos- nos haga verdaderamente felices sin ser culpables. Y, por favor, no te olvides: de forma saludable. ¿Cómo si no podría ser más que de forma saludable? ¿Es que acaso, con lo vivido, no se ha tenido bastante? 

     Habitaré, aquí en la Tierra, mujer conciencia en un nuevo mundo, bueno, pacífico, que me respete y me sane, donde lamer y remendar las cicatrices de mi hogar, de todos los hogares. En un tiempo en el que fue. Luego la nada. Prometiéndome se levanta ahora, el día después. Para sólo y simplemente amarme. Fuera y en casa, mientras... 
                                                                  la música retoma sus armónicos sones.

                                                                                                   Anna.
                                                                                                  10.5.20


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