Mientras desanudaba
las cintas observó sus dedos deformes. Los abultamientos y los uñeros desterraron
hace años las sandalias de su armario, y tanto la avergonzaban que en la playa los
escondía enterrándolos en la arena con disimulo. En cambio, dentro de las puntas, sus pies eran
hermosos. Con estos pensamientos intentaba
abstraerse. El teatro cerraba hoy sus
puertas y con ellas las de la Compañía. Ni aforo reducido ni mascarillas… Una
congoja la oprimió: ¿Qué iba a hacer ella sin bailar, si bailaba desde que
tenía recuerdos? Con seis años entró en la academia -decisión de su madre,
quien no sabía qué hacer con esa hija tan delgaducha como introvertida-. “Elasticidad
no tienes ninguna… al menos eres flaca”, decía su profesora. “No tienes
espalda, y ¡ya puedes trabajar esos pies también!” Pero ella, lejos de
achantarse, no se perdía ni una clase; porque el ballet le descubrió la vida que ella quería interpretar. Aquella
niña, sin predisposición natural para la danza pero con una voluntad de hierro,
llegó contra todo pronóstico a solista de los mejores ballets del mundo. Cuando la Compañía Nacional la llamó, no dudó en
volver. Hoy el regusto a traición de un país que no reconocía, donde la danza
quedaba suspendida en medio del caos, la amargaba. “¡En diez minutos a escena!” -avisó el
regidor-. Se calzó las puntas y enlazó las cintas con presteza. Examinó a Odette en el espejo y acomodó las plumas.
Entre bastidores esperaba Sigfrido.
“Un honor el último pas-de-deux contigo Cisne, mucha mierda”. Se abrazaron con emoción. Al siguiente compás se elevó sobre las puntas e irrumpió en escena. Abducida por Odette imploró con lágrimas al brujo Rothbart que esa noche deshiciera otro maleficio. ©
©Texto de Lola Vega.
Con este relato corto he querido lanzar un mensaje de apoyo a todos los bailarines y bailarinas que se han visto obligados a interrumpir sus carreras debido al cierre de los teatros por las medidas contra la Covid-19; y que tanto daño están haciendo al mundo del arte y la cultura en general. Sin arte y sin cultura no hay futuro.
¡Un abrazo!